El día estaba frío y nublado. Hicimos unos cuantos metros hacia el norte por la Ruta 9 y nos desviamos hacia el oeste por la Ruta Prov. 7.
Ésta ruta no era asfaltada y se extendía hacia el infinito de una llanura árida y ventosa. No habíamos andado mucho y ya el escaso aire y la baja presión hacían notar el esfuerzo. El paisaje y la fauna local nos fue sorprendiendo desde el principio.
Pedalear, parar, ambientarse, hidratarse, descansar, ayudar al compañero fueron las consignas mientras viajabamos.
Ambientandonos a 3300 m.s.n.m. El apunamiento no fue un gran problema, a algunos les afecto, a otros no, para ello se puede tomar una pastilla para el mal de altura la noche anterior, hojas de coca o chicle.
El sol llegó a su cenit casi al tiempo en que nosotros descansábamos en la parte más elevada del camino. Un almuerzo poco usual a 3970 m.s.n.m.
'Un pequeño alacrán se alimentaba también bajo una piedra en la que me había sentado. Calentamos agua y debíamos dejarla hervir. A esa altitud, el agua hierve a temperatura mate, digamos, ochenta grados mas o menos. Aún hervida le faltaba un poco para que los mates estén en su punto. Los salamines sabían a gloria y el queso a manjar de dioses. El cuerpo reclamaba atención, no sabía como comportarse a tanta altitud y con ejercicio exigido. Los pulmones valoraban cada ingreso de aire. Aire puro, pero escaso. Los oídos comenzaban a zumbar, síntoma conocido del mal de altura.' (Pablo del Pozo)
A esta altura del viaje ya habiamos perdido a dos de los viajeros. Raúl estaba resagado y Federico habia desaparecido en el horizonte.
Antes de comenzar a pedalear nos habian dicho que desde un tramo todo era bajada. La verdad que hacia horas que esperabamos que eso suceda. A partir de este punto parecia que empezariamos a descender y aproximarnos a la Laguna.
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